miércoles, 30 de noviembre de 2011

Confesiones de una atipica adolescente








 Al sonar la alarma, aprieto duro el celular y abriendo los ojos exclamo un dulce "Puta" de buena mañana. Son las 7, ya son las 7 y me tengo que levantar. Sin pensarlo mucho pongo los pies en el suelo y busco mis zapatos. Me visto rápidamente mientras observo a mi amiga durmiendo en la cama alborotada, abre un poco los ojos y se ríe volviéndolos a cerrar. Con los dedos me desenredo el pelo e intento peinarme un poco mientras mi amiga poco a poco parece recobrar la conciencia y hablamos de nuestra noche de plática y desvelo. 

Doy vueltas por el cuarto hasta que ella se levanta y se pone sus chapus diciendo "tengo que ir al baño vos" y sale corriendo. Me quedo viendo la ventana, acabo de ver pasar la noche, la madrugada y vi salir el sol por ella. Le doy el último trago a un poco de coca que quedo en una botella esperando me quite un poco el sueño pero no sirve de nada "te miras pura adicta" bromea mi amiga al regresar y nos reímos. Me dirijo al baño diciéndole antes que se arregle un poco para que me acompañe a la parada, me lavo la cara, me vuelvo a hacer la media cola y me intento asentar el pelo, parece que hoy no quiere cooperar mucho y lo dejo así. Cuando salgo ella me espera en la puerta con una sonrisa y ojeras. 

Al salir a la calle el frio nos llega y nos eriza hasta la medula,  soltamos algunos insultos mañaneros y tiritamos. El sol de la mañana calienta el día, la tienda de la esquina ya está abierta y varias gentes andan ya en camino hacia algún lado igual que yo. Mientras caminamos hablamos de que noviembre es mejor porque no es tan frió. Hoy ya es 30 de noviembre, mañana será diciembre y prácticamente el 2011 se habrá acabado.

Al darme cuenta me dan ganas de tirarme al piso a llorar, ya se acabo, el 2011 se acabo, gracias a Dios.
Empiezo a hablar y digo lo que hacía hace un año, que entonces todavía todo estaba bien, que todavía había tiempo.

Me despedí con abrazo y subí a la camioneta cruzando los brazos y apretando las piernas para guardar calor.

Empecé a recordar todo de repente, como la primera semana de enero estuvo marcada para empezar mi sentencia, de como averigüe de los exámenes de retrasada, de estudiar de emergencia y de unos masajes para verme más bonita. La segunda semana fueron los exámenes, el lunes tuve mi primer examen, el de marimba. A partir de ahí todo fue para abajo. Examen de guitarra. Examen de acompa. El último día era mi examen de piano, pero antes de pasar a tocar me llamaron para darme el resultado de marimba.

"María Fernanda" me dijo el maestro observando mi nombre y apoyándose sobre una marimba, subió la mirada "no gano".

Fue la segunda vez en mi vida que sentí que se acababa el mundo. "No profe, no me diga eso" dije con la voz obviamente alterada y con los ojos empezando a lagrimear. 

"Es verdad" siguió el. "A la profe pero algo  se puede hacer verdad" dije como suplicante. No podía ser verdad.

"No se puede ya. Que lo siento María Fernanda" dijo por ultimo y note un poco de pena en sus ojos al decirme lo último. No pude más y solté en llanto. Salí del salón temblando y llorando, varias personas llegaron hasta a mí y me preguntaron que había sucedido. Yo solo podía mover la cabeza en negación.

Llegue hasta el patio a tropezones porque no podía ni siquiera ver bien. El mundo daba vueltas.
Me apoye en una pared del patio y dando un respiro profundo, intente tomar fuerza pero no podía. Me agache hasta topar el piso y llore aun con más fuerza. ¿Es en serio Dios? repetía una y otra vez dentro de mí, mientras mis amistades me rodeaban con palabras alentadoras que nunca llegue a escuchar verdaderamente. No puede ser Dios, decía y lloraba tiritando.

"No te pongas así, que eso es lo que a ellos les gusta" me dijo alguien sobando mi espalda. Eso me sirvió y logre reponerme un poco. Ya no lloraba pero el temblor en mi cuerpo no parecía querer detenerse. 

Después de eso todo fue tan rápido que ya no recuerdo con exactitud lo que sucedía. Solo recuerdo sentir que con cada segundo que pasaba se me iba la vida prometida de las manos. Sentía que la vida se me iba, que abandonaba mi cuerpo y me dejaba muerta.

Todas las noches llore por horas hasta quedarme dormida y sin lágrimas. Al no mas estar consciente de mi existencia volvía a enterrar la cara en la almohada aun húmeda y seguía llorando. Recuerdo los comentarios de mis amigos en facebook, lamentando la noticia que les había dado. De nada servia sinceramente.

Un día se acabaron todas las opciones, no había ya porque luchar pero igual yo no quería aceptarlo. Tenía que repetir el año. No sé de donde, pero encontré fuerza y empecé de nuevo. Recuerdo ese primer día, sentada en un escritorio del fondo con la cara escondida entre los brazos mordiéndome la lengua para no llorar al escuchar a mis compañeros (mis hermanos) en la clase de al lado recibiendo clase de Practica Supervisada. Fue tan duro ese primer día, que recuerdo haber pensado en tirarme frente alguna camioneta de esas que van muy rápido como para frenar. Pensé si me dolería tanto como me dolía el pecho en ese momento. Nunca lo comprobé.

Así empezaron a pasar los meses, sentada en una mesa en el patio o hablando atreves de la ventana de séptimo. Por más que bromeara, por más que sonriera, me sentía muerta.

Al llegar junio me di cuenta que era una guerra perdida seguir en la escuela, que yo ya no lo deseaba, que mi voluntad era inexistente y que la posibilidad de la locura o el suicidio era inminente si seguía.

Decidí dejar de ir. Recuerdo habérselo dicho a unos pocos, solo para que supieran que ya no contaran conmigo porque no iba a volver. Se pusieron un poco tristes, pero creo que sabían que yo ya no podía seguir así. Me desearon lo mejor y ese día fue la última vez que use el uniforme.

Los meses siguientes fueron eternos, estar en la casa era tan aburrido.
Esto de ser "ama de casa" nunca será para mí. Estar sola, limpiar la casa, hacer la comida, lavar la ropa y no hacer nada. Esa era mi vida, porque aunque estudiaba bachillerato los domingos nunca fueron un reto las clases. Siempre gane sin esforzarme.

Sentía que las paredes de mi casa eran una prisión y lo único que me repetía era "El otro año todo va a volver a estar bien, ya vas a ver." Lograba terminar el día siempre con eso en la mente. El facebook no ayudaba así que decidí bloquear a absolutamente a todos mis amigos de la escuela, la idea era borrarlos pero nunca me atreví. De esa manera sus vivencias y felicidad ya no llegarían a mi miserable vida.

Me sentía muy sola, como si todo el mundo tuviera una vida que vivir menos yo, que había perdido ese derecho de vivir y ser feliz.

Afortunadamente siempre tuve alguien a mi lado, escuchar su voz por el teléfono decirme "Vamos Mafer, tu puedes" todos los días era mi fuerza para vivir, porque en serio yo no quería.

Me sentía tan pequeña e insignificante todo el tiempo. 

Mi rincón de instrumentos empezó a verse totalmente abandonado, había libros amontonados sobre el teclado y la marimba,  la bolsa de la guitarra estaba algo abierta de la ultima vez que la saque de ahí, algunas partituras se colaban por entre los libros. La esquina se volvió tan lúgubre, todo estaba tan cubierto de polvo, parecia un mausoleo abandonado. 
 
Cuando fue mi cumpleaños me llegue a sentir verdaderamente optimista, pero no duro demasiado. Al menos ya no estaba tan deprimida como antes.

Durante todos estos meses había probado tantos medicamentos y sus efectos que ya no me permitían distinguir entre la tristeza, la alegría, la aberración y la euforia. Me sentía una muñeca insensible y aburrida con ellas, pero sin ellas era un pedazo de mierda nada más. Al final las deje de tomar, por mucho que me regañaran ya no quería sentirme tan inútil, prefería ser el pedazo de mierda que la muñeca insensible; sin felicidad y sin tristeza.

Empecé a abrir los ojos en la mañana sin llorar, empecé a olvidar cosas. Hay recuerdos que por más que quisiera recuperar nunca volverán. Era lo mejor, si no puedo recordar mi pasado no lo puedo extrañar.


Muchas veces cruzó por mi cabeza consumir algún estupefaciente, pero algo en serio. Tomar alcohol. Fumar. Drogarme a lo grueso. O ya de plano cortarme, lastimarme.  No sabía si algo de eso mitigaría el dolor que aun restaba en mi. Es que era el dolor más ácido y duro. Nunca lo hice, claro está, por mucho que pensara en eso sabía que no me llevaría a ningún lado. Además, no tenía dinero.



Al llegar octubre, llegaron los últimos exámenes en el bachillerato y me di cuenta que aunque durante el año nunca los tomé en cuenta, mis compañeros del fin de semana se habían vuelto parte de mí. Aprendí tanto esos domingos, tal vez no sobre las materias que impartían, como de la vida y el deseo de seguir adelante. Me sentí tan culpable porque nunca me fije que se habían colado en un pedazo de mí ser y que nunca se irían de ahí, que siempre recordare sus sonrisas amables y sus bromas divertidas.
Como aun quedaban algunos días decidí darles lo mejor de mí los días que los viera. No sé si logre que notaran cuanto significan ahora para mí, pero al menos lo intente.

Entonces llegaron otros problemas, comprar un carro, conseguir un trabajo, decidirme sobre una universidad.
Fui a un par de entrevistas pero nada. Hemos buscado un carro pero todavía nada. He estado pensando tanto en la universidad, pero es que todavía hay mucho más que pensar.

El día de la graduación fue un día tan irreal, tan falso. 

Cuando me vi sobre ese escenario con las luces en la cara, estuve a punto de entrar en crisis. ¿Que era todo esto? Esto no era el conservatorio. No hay una marimba por aquí cerca. Ni la bandera de la escuela. ¿Donde estaban mis amigas/hermanas? ¿Donde estaban todas esas caras familiares?

No, no había nada de eso ahí. 
Cuando me miro en las fotos con una toga sosteniendo un diploma y con una medalla en el cuello, sonriendo.... esa no puedo ser yo.


NO


Yo no puedo ser esa. Yo no puedo estar ahí. ¡¡Yo NO!! ¡¡¡YO NO!!! 

De repente caigo en la cuenta que si lo soy. Me recuerdo todo lo que ha pasado y recobro la cordura. Paso del pánico absoluto a algún tipo de resignación.

Hoy ya es 30 de noviembre, mañana será diciembre y prácticamente el 2011 se habrá acabado.
Mi pesadilla promete no tener más que unos 31 días más, entonces todo acabara y será historia.

Todo el tiempo intento ser tan optimista como me lo permite mi personalidad, pero no siempre funciona. Le doy gracias a Dios que a pesar de todo el drama y la comedia de este año, siempre tuve el apoyo de mis papás, tuve a mi hermana que a su manera muchas veces me dio valor, tengo tantos amigos que en los momentos más precisos me sacaron una sonrisa sin saber cuánto me hacía falta un poco de calor en el corazón.

A pesar de todo, sé que nunca he estado sola. Todo esto me ha pasado por una razón, Dios tiene un destino grandioso para mí y para todo lo que aprendí. Sigo pensándolo aunque allá muchos incrédulos, sé que algún día voy a dejar mi huella en este mundo, tal vez una pequeña, pero sé que será eterna.



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